lunes, 6 de enero de 2014

ORHAN PAMUK: un Premio Nobel controvertido para su país.




Dice un refrán popular que nadie es profeta en su tierra. Que se lo digan al célebre novelista turco Orhan Pamuk. Premio Nobel de Literatura en 2006, es el único escritor turco que ostenta dicho galardón hasta la fecha. Sin embargo, lejos de ser un escritor admirado y reconocido en su país, sucede todo lo contrario; a la inmensa mayoría de los turcos Pamuk, sencillamente, les disgusta. Pero, ¿por qué los turcos no quieren a su Premio Nobel? ¿Es su estilo literario, la temática de sus novelas, algunas de sus declaraciones –no exentas de polémica- o directamente la conjunción de los tres factores lo que lo han convertido en un escritor rechazado?

Orhan Pamuk es un escritor complejo, difícilmente enmarcable en una corriente literaria. La obra de Pamuk oscila entre varios géneros; desde un inicial realismo (Cevdet Bey e Hijos), pasando por el modernismo (La Casa del Silencio), para llegar a sus novelas catalogadas como postmodernas, las que lo han catapultado como autor.


Fue en la complicada década de los ochenta, marcada por el golpe de estado militar, cuando Pamuk comenzó su carrera como novelista. La temática autorreflexiva de sus obras, muestra de su interés por ahondar en su propio viaje literario, y las influencias estilísticas de autores como Joyce, Borges, Cortázar, Rushdie o Eco, algo atípico en los escritores turcos de la época, lo situaron desde el primer momento como un escritor poco común. Además, en un panorama literario dominado por una literatura turca prooccidental, sus novelas ambientadas en el mundo otomano medieval sonaban fuera de lugar. No es de extrañar, pues, que sus tres primeras novelas pasasen totalmente inadvertidas. No obstante, en 1990 El Libro Negro alcanzó un éxito inesperado, convirtiéndose en un best-seller en solo un par de años, algo sorprendente teniendo en cuenta su complejidad intelectual y su particular estructura (ambos elementos que no suelen acompañar a los libros de masas). Lo mismo pasó con sus siguientes novelas, La Vida Nueva, Me llamo Rojo y Nieve. Pero mayor fue el alcance que sus obras tuvieron en el resto del mundo; mientras que en Turquía a nadie parecían gustarle sus novelas, Pamuk se convertía en un gigante literario mundial.

No tardaron en lloverle las primeras críticas, procedentes de escritores turcos medianamente consagrados, que lo acusaron de ser un novelista de dudoso talento cuya fama se basaba exclusivamente en una buena estrategia publicitaria y una campaña de marketing demasiado exitosa (portadas con llamativas imágenes adecuadamente seleccionadas, un sinfín de vallas publicitarias anunciando sus libros, etc.) Mientras, otros escritores lo tacharon simplemente de novelista deficiente, cuyos libros tenían errores lingüísticos –simples errores gramaticales-. Bien es cierto que quizá Pamuk suene algo estrafalario en turco (o eso dicen los hablantes del idioma), puesto que su lenguaje no acaba de sonar fluido y natural; escribe largas oraciones en las que enumera elementos que enlaza con la conjunción “que”, lo que ralentiza la comprensión de la frase, ya que en turco la forma verbal va colocada al final. Quizá esto contribuya a explicar porqué a los turcos una novela de Pamuk les resulta densa y tediosa y muchos abandonan su lectura a las pocas páginas de haberla comenzado. Y quizá explique también porqué en el resto del mundo estos problemas estilísticos resultan irrelevantes para los lectores, quienes leen a Pamuk a través de pulidas traducciones que adecuan su lenguaje a la sintaxis europea.
Tenemos ya una primera justificación de porqué las novelas de Pamuk no convencen en su país, pero además de su forma de escribirlas, ¿qué es lo que cuenta en ellas?

Pamuk suele retornar a la Historia en cada una de sus novelas, situándolas en un contexto determinado: el mundo otomano medieval, la transición del Imperio Otomano al moderno Oriente Medio, la revolución cultural kemalista de la década de los veinte, y la Turquía actual explicada a través de los tres elementos anteriores. Sus personajes principales son siempre hombres relacionados con el mundo intelectual o artístico que narran su propia historia y en muchos casos tienen una relación importante con el mundo de la escritura. Si Pamuk ha sido clasificado como postmodernista es, en parte, por el uso que hace de la multiperspectiva –sus personajes se intercalan contando sus historias en primera persona- y de la metaficción en muchas de sus obras; sus personajes muchas veces saben que forman parte de la novela, apelan al lector, saltan de una novela a otra e incluso en ocasiones saben que están muertos. El propio Pamuk se incorpora a sí mismo en algunas de sus obras; en varias de ellas hay personajes llamados Orhan que escriben novelas.
Independientemente del momento histórico que recree, el escenario de las novelas de Pamuk siempre es el mismo, ciudades o pueblos turcos, con una predilección más que manifiesta por Estambul. Pamuk crea su propio Estambul, ciudad cruce de culturas, con sus luces y sus múltiples sombras. Estambul es la ciudad en la que a lo largo de la Historia han tenido lugar intensas y duraderas relaciones de intercambio cultural, tanto positivas como negativas; todo un proceso de transculturación entre Oriente y Occidente objeto del interés del autor. 
"Mis libros son una prueba de la alianza, no del choque de civilizaciones."
Pamuk habla en todas sus novelas de la problemática evolución de la identidad turca, como resultado de una ruptura radical con el pasado otomano al comienzo de la recién fundada República de Turquía, que emprende un proyecto cara a la modernización y la occidentalización. También en las novelas en que recrea el pasado otomano, lo hace para criticar el presente; es su forma de cuestionar la metanarrativa del nacionalismo secular turco. Además, se atreve a hablar de temas tabúes para este nacionalismo secular, como la multietnicidad, la diversidad de lenguas, la religión y la homosexualidad, entre muchos otros.
Esta preocupación por la búsqueda de la identidad la reflejan todos sus personajes, tanto europeos como otomanos/turcos, quienes al relacionarse entre ellos sufren un proceso dual de descubrirse a sí mismos, de redefinirse, y a la vez también de pérdida. Estos, preocupados por ser ellos mismos (frase de la Pamuk abusa en numerosas ocasiones) solo se encuentran al identificarse con los otros. En sus propias palabras, sus novelas pretenden dar una lección de cómo “leer y entender” al otro.
“Que Turquía tenga dos almas no es una enfermedad”.
Pamuk, por tanto, no ve Turquía como una nación de Oriente perdiendo su esencia en su intento de asimilación con Occidente, sino que pone de manifiesto el valor de la interactuación Este-Oeste; de hecho es defensor de la adhesión de Turquía a la Unión Europea cuando ambas estén preparadas (lo que, como cabía esperar, le ha granjeado críticas acusándolo de haber recibido el Nobel más por sus ideas conciliadoras que por su calidad literaria). 
Puede que sea en esto en lo que reside la importancia de Pamuk como un contribuidor a los debates sobre el legado y el significado contemporáneo de estas relaciones cruzadas de intercambio cultural y como crítico de la sociedad turca.

“El autoritarismo, la representación irreal de lo occidental... Estos temas nunca estarán arreglados. Turquía continuará tomando Europa como modelo; continuará persiguiendo su búsqueda de la democracia.”

Así se expresaba en una entrevista al respecto de la cuestión de la identidad y la relación actual de Turquía con Europa:



La preferencia temática de Pamuk por escribir sobre las relaciones Este-Oeste y la búsqueda de la identidad, ambas claramente ligadas, queda patente en toda su obra. Solo hay una excepción, su última novela, El Museo de la Inocencia, cuya temática supone un cambio respecto a las anteriores. Aunque ambientada en el Estambul de los setenta, la trama se basa en una obsesiva historia de amor. Además, la novela conllevó la realización de un insólito proyecto, la construcción de un museo del mismo nombre en el barrio estambulí de Beyoglû, que abrió sus puertas al público en 2012.
"Los museos de verdad son los sitios en que los que el tiempo se transforma en espacio."




Por tanto, en una Turquía profundamente nacionalista, en el cual los principios seculares de la República de Atatürk son prácticamente un dogma de fe, es fácil suponer que la temática crítica de las novelas de Pamuk no vaya a encontrar grandes adeptos entre el grueso de la población turca. Pero, desgraciadamente, no fueron sus novelas las que le dieron toda su fama a Pamuk, sino que lo que realmente le dio una gran cobertura nacional e internacional fueron unas declaraciones que realizó en 2005 para una revista alemana:

“Treinta mil kurdos fueron asesinados aquí, y un millón de armenios. Y casi nadie se atreve a mencionarlo. Así que lo hago yo.”

En un país donde el genocidio armenio continúa siguiendo negado y afirmarlo es un delito, donde se han ignorado sistemáticamente las reivindicaciones kurdas, dando lugar a violentos enfrentamientos entre el ejército turco y la guerrilla kurda, es de suponer que dichas declaraciones no tuvieron una buena acogida. La mayoría de la población se indignó por haberse atrevido a hablar del tema; más aun a un medio de comunicación extranjero. Pamuk se convirtió en ese momento en una figura totalmente mediática en Turquía, odiada por gente que hasta ese momento desconocía su nombre. Fue entonces acusado y juzgado por un delito de “insulto contra la identidad turca” (recogido en el artículo 301 del Código Penal), que acabó desestimándose a principios de 2006, supuestamente debido a las presiones europeas;  en ese mismo año recibió el Premio Nobel por su trayectoria literaria. El premio fue muy criticado en su propio país por diversos sectores; Pamuk fue tachado de escritor vendido a los intereses occidentales, cuyo único interés por tratar temas un tanto comprometidos era lograr ser conocido a escala internacional. Sus polémicas declaraciones fueron tomadas en la misma línea; se acusó al autor de querer congraciarse con el mundo occidental y pretender llamar la atención para lograr mayor popularidad en el extranjero.




Este discurso fue reiterado cuando al año siguiente Pamuk abandonó Turquía para irse a vivir a Estados Unidos, aceptando una cátedra en la Universidad de Columbia, alegando que tras el asesinato de Hrant Dink, tomaba muy en serio las amenazas de muerte que había recibido, presuntamente procedentes de la red Ergenekon. Sus detractores interpretaron este hecho como una excusa que permitía a Pamuk conseguir lo que tanto ansiaba, introducirse en el mundo académico estadounidense.

Pero si con su exilio voluntario y parcial -Pamuk alterna temporadas entre su residencia turca y la estadounidense- no hubiese sido suficiente, en 2009 se abrió un nuevo capítulo relacionado con sus famosas declaraciones, puesto que su caso fue reabierto y volvió a ser juzgado, siendo esta vez condenado a pagar una indemnización a la acusación. Evidentemente, este hecho escandalizó en círculos intelectuales internacionales, pero no resulta en absoluto extraño teniendo en cuenta que la libertad de expresión en Turquía es un derecho más que cuestionable. Numerosos intelectuales y periodistas críticos con el régimen han sido condenados a pagar cuantiosas indemnizaciones y han sufrido penas de prisión; Turquía es actualmente el país con mayor número de periodistas encarcelados del mundo, lo que ha sido objeto de férreas críticas internacionales. Y no parece que la situación vaya a cambiar.
Tampoco parece que vaya a cambiar la forma de actuar de Pamuk, continuando con su línea crítica y cuestionando aquello que considera falla en su país a pesar de las consecuencias que esto pueda acarrearle; el pasado año no dudaba en calificar al gobierno de opresor y autoritario tras el inicio de las protestas en Taksim. 

En síntesis, Orhan Pamuk es un Premio Nobel cuyos libros no se entienden en su país, cuyas tramas no gustan y cuyas declaraciones lo hacen aun menos. Pamuk tiene todos los ingredientes para ser rechazado por el público turco; calificativos como prooccidental, interesado, vendido y traidor, son habituales en medios de comunicación afines al gobierno y entre muchos conciudadanos. Pamuk ha pasado de ser un novelista incomprendido a convertirse en un escritor mediático más bien molesto.

Finalizamos este post con sus propias palabras:

 “Un siglo de prohibir y quemar libros, de mandar escritores a prisión o matarlos o estigmatizarlos como traidores y enviarlos al exilio, y denigrarlos continuamente en la prensa –nada de ello ha enriquecido la Literatura turca, solo la ha empobrecido.”




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